Atlantis, part 1
Ahora ya de vuelta al polvo y desorden de mi terruño llega el momento de recordar un poco de lo que fue mi experiencia de febrero en la tierra del tío Sam. Para quién quiera ahorrarse al lata de seguir leyendo; lo bueno, la gente que conocí, lo no tan bueno, la ampulosidad del universo gringo en el que realmente te sientes un liliputense tercermundista.
Todo se dio por una invitación del Spelman college a un profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso a pasar una estadía conociendo el sistema educativo de allá. Y se dio al coincidencia que esta vez el coludo se hizo el sordo por lo que me ofrecieron ir.
Los días posteriores al ofrecimiento fueron frenéticos por todas las primeras veces que la travesía implicaba. Primera vez saliendo del país, primera vez viajando en avión, primera vez que iba a Estados Unidos y un largo etcétera. Pasaporte, dinero para el pasaje, agencia de viajes... ahhhh, y la super mentada visa. Sin contar que en el intertanto, tenía que dejar las cosas arregladas en la pega para que mi ausencia no se notara, o que al menos, a la vuelta, no me encontrara con un Chernobyl académico.
Apenas tiempo para alguno que otro respiro. La vedad es que mi vida, y hasta el día de hoy, se mueve entre cimas y simas en cuyos extremos tenemos un indicador que dice “trabajando” y otro que se lee “estado de zombie”. Pues bien, entre ambas oscilaciones, en estados que podríamos llamar de conciencia, aunque no de brillo muy intenso, pude contactarme con Anthony Dahl (una suerte de Virgilio en mi travesía... Gracias Antonio!) en Spelman, conseguir los papeles y documentos (cuenta, tarjeta... me odié inensamente en ese instante que me volví un tipo con cuenta bancaria) necesarios. La entrevista para la visa en ese búnker que es la embajada gringa fue una experiencia kafkiana digna de mención, pero para después.
Por fin salió la visa, que como todos los otros papeles, llegó a mis manos a última hora; literalmente en este caso, dos días antes de tomar el avión. Por supuesto que, al momento, yo ya no tenía uñas ni colon.
La travesía al aeropuerto fue bastante ajetreada pero sin demasiados nervios, excepto cuando ya estaba en Pudahuel. El hecho de sacar las maletas y arrastrarlas al terminal, el chequear que tenía todos los papeles a mano, el ver que realmente estaba haciendo una fila infestada de gringos veteranos retornando home... Bien, ya estaba allí. Testigos de ello, instruyendo y apaciguando los nervios, fueron mis amigos Manuel y Rodrigo. ¿Cuán perdido estaría en la vida si no los tuviera? Fueron sus caras lo último amable que me llevé de Chile.
Policía internacional. Ya... aquí empiezan a sonar las alarmas y no me dejan salir de Chile. Tantán se acabó... Pero nada de eso pasó. Al contrario, todo muy expedito. Y luego, mi primera decepción, el famoso duty free que al final nunca encontré porque casi todas las tiendas estaban cerradas, y las abiertas eran caras. ¿Dónde estaban esas tiendas maravillosas en que uno chutea los productos de lo baratos que están? Nunca fue...
El avión se demoró dos horas en llegar. En la espera, traté de hacer contacto visual con la gente para tener conversa, pero nunca pescó nadie. Primero, traté con la gente más joven y bonita, pero hubo un eco de mi arquetípica falla para conectar con las féminas de buenas a primeras que ahora se extendió con los mayores, por lo que me dediqué a leer y fumar.
Segunda cosa que se me cayó fue... no, no fue el avión y no estoy escribiendo desde el purgatorio... aunque Belloto se le parece bastante. La verdad es que lo que se me fue al suelo la fantasía erótica de las aeromozas. Yo esperaba unas minas espectaculares de revista. Imaginaba una situación en que a una chica le ofrecían miles de dólares por ser la próxima top model y ella los rechazaba porque su vocación era volar y servir, y que en ese momento me la iba a encontrar en el avión. Sin embargo, el real world (que no tiene nada que ver con MTV, créanme) me abofeteó con estas señoras amables que insistían en hablarte en castellano a pesar que habías dejado bien en claro que hablabas inglés bastante aceptable. Debe ser mi inefable look de latin lover, claro.
El vuelo se hizo largo, pero por fin estaba en el avión y eso era todo lo que importaba. Los sacudones, las veces que el carrito me pegó en el codo o los formularios a llenar pasaron a un segundo plano que se fundión conel cansacio que finalmente me hizo dormir, sepa Dios cómo, hasta que llegué a los States.
Todo se dio por una invitación del Spelman college a un profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso a pasar una estadía conociendo el sistema educativo de allá. Y se dio al coincidencia que esta vez el coludo se hizo el sordo por lo que me ofrecieron ir.
Los días posteriores al ofrecimiento fueron frenéticos por todas las primeras veces que la travesía implicaba. Primera vez saliendo del país, primera vez viajando en avión, primera vez que iba a Estados Unidos y un largo etcétera. Pasaporte, dinero para el pasaje, agencia de viajes... ahhhh, y la super mentada visa. Sin contar que en el intertanto, tenía que dejar las cosas arregladas en la pega para que mi ausencia no se notara, o que al menos, a la vuelta, no me encontrara con un Chernobyl académico.
Apenas tiempo para alguno que otro respiro. La vedad es que mi vida, y hasta el día de hoy, se mueve entre cimas y simas en cuyos extremos tenemos un indicador que dice “trabajando” y otro que se lee “estado de zombie”. Pues bien, entre ambas oscilaciones, en estados que podríamos llamar de conciencia, aunque no de brillo muy intenso, pude contactarme con Anthony Dahl (una suerte de Virgilio en mi travesía... Gracias Antonio!) en Spelman, conseguir los papeles y documentos (cuenta, tarjeta... me odié inensamente en ese instante que me volví un tipo con cuenta bancaria) necesarios. La entrevista para la visa en ese búnker que es la embajada gringa fue una experiencia kafkiana digna de mención, pero para después.
Por fin salió la visa, que como todos los otros papeles, llegó a mis manos a última hora; literalmente en este caso, dos días antes de tomar el avión. Por supuesto que, al momento, yo ya no tenía uñas ni colon.
La travesía al aeropuerto fue bastante ajetreada pero sin demasiados nervios, excepto cuando ya estaba en Pudahuel. El hecho de sacar las maletas y arrastrarlas al terminal, el chequear que tenía todos los papeles a mano, el ver que realmente estaba haciendo una fila infestada de gringos veteranos retornando home... Bien, ya estaba allí. Testigos de ello, instruyendo y apaciguando los nervios, fueron mis amigos Manuel y Rodrigo. ¿Cuán perdido estaría en la vida si no los tuviera? Fueron sus caras lo último amable que me llevé de Chile.
Policía internacional. Ya... aquí empiezan a sonar las alarmas y no me dejan salir de Chile. Tantán se acabó... Pero nada de eso pasó. Al contrario, todo muy expedito. Y luego, mi primera decepción, el famoso duty free que al final nunca encontré porque casi todas las tiendas estaban cerradas, y las abiertas eran caras. ¿Dónde estaban esas tiendas maravillosas en que uno chutea los productos de lo baratos que están? Nunca fue...
El avión se demoró dos horas en llegar. En la espera, traté de hacer contacto visual con la gente para tener conversa, pero nunca pescó nadie. Primero, traté con la gente más joven y bonita, pero hubo un eco de mi arquetípica falla para conectar con las féminas de buenas a primeras que ahora se extendió con los mayores, por lo que me dediqué a leer y fumar.
Segunda cosa que se me cayó fue... no, no fue el avión y no estoy escribiendo desde el purgatorio... aunque Belloto se le parece bastante. La verdad es que lo que se me fue al suelo la fantasía erótica de las aeromozas. Yo esperaba unas minas espectaculares de revista. Imaginaba una situación en que a una chica le ofrecían miles de dólares por ser la próxima top model y ella los rechazaba porque su vocación era volar y servir, y que en ese momento me la iba a encontrar en el avión. Sin embargo, el real world (que no tiene nada que ver con MTV, créanme) me abofeteó con estas señoras amables que insistían en hablarte en castellano a pesar que habías dejado bien en claro que hablabas inglés bastante aceptable. Debe ser mi inefable look de latin lover, claro.
El vuelo se hizo largo, pero por fin estaba en el avión y eso era todo lo que importaba. Los sacudones, las veces que el carrito me pegó en el codo o los formularios a llenar pasaron a un segundo plano que se fundión conel cansacio que finalmente me hizo dormir, sepa Dios cómo, hasta que llegué a los States.