Tuesday, September 30, 2008

me niego a decir "eso sería todo"

¿Qué se dice cuando muere alguien? ¿Cómo se consuela a los que quedan? La única conclusión coherente es saber que no se puede y lo más decente es simplemente estar ahí para los desconsolados. Tal vez, después del llanto, rendir testimonio de la presencia del que parte en el mundo que deja para que dicha existencia trascienda, pero aún así quedamos cortos.

El tío Lucho (nunca pude decirle de otro modo) murió a los pocos días que le descubrieron un cáncer. Debe haber sido un dolor caballo, pero me cuesta imaginar al tío postrado en una cama y es impensable verlo quejándose.

Prefiero recordar al viejo canoso (siempre tuvo canas para mi memoria) con esos tremendos zapatos en punta, siempre pulcros. Perdónenme los que los recuerdan sucios o pequeños. Ese tío cuyas visitas provocaban expectación en mi ambicioso y flojo corazón que esperaba ese saludo final, un parsimonioso apretón de manos que siempre dejaba una luca en la mano.

Cómo no recordar el par de semanas de trabajo en su negocio de baterías para auto en Viel. Las pulgas en los pantalones, los jeans llenos de hoyos por las gotas de ácido, las escapadas a los libros usados de San Diego, el descubrir que el mundo era algo más grande y, digámoslo, feo que el plan de Valpo. o el polvoriento Belloto, y que sí había gente que almorzaba todos los días en restoranes de barrio (uhhhh.. cuántas cazuelas) con la tele dando “Los Venegas”.

Recuerdos borrosos de las llamadas a su oficina. Uno de mis primeros sueldos formales (“Siempre cuenta la plata apenas te paguen, es tu merecido derecho…Tu patrón no debería sentirse ofendido, a menos que te esté engañando”) y primeras clases de apreciación musical (“pero escucha, cabro, si es Mussorsky”).

Nunca supe si sabría lo agradecido que estuve de él. Fueron pequeños grandes gestos.

Los últimos años estaba más encorvado, sin el vigor ni la autoridad de antes. Aún así, nunca dejó de decirme con la vieja socarronería (por no decir inmisericorde brutalidad) lo sorprendido que estaba de mi gordura o de mi bajo sueldo.

Pero ahora era distinto. Éramos dos viejos, riéndonos de los peces de colores.

Qué cursi suena esto, pero tenía que sacarlo de mí...

Gracias Lucho González por darme "Los Cuadros de una Exposición", la sucia capital, la alegría, la extrañeza y la lejana familia.

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