Sunday, September 09, 2007

Virginia y los momentos de ser (y no ser)


Virginia Woolf escribió en Sketch of the Past:

"Every day includes more non-being than being. Yesterday for example . . . has it happened a good day; above the average in ‘being.’ It [the weather] was the fine; I enjoyed writing these first pages; . . . I walked over Mount Misery and along the river; and save that the tide was out, the country, which I notice very closely always, was coloured and shaded as I like—there were the willows, I remember, all plumy and soft green and purple against the blue. I also read Chaucer with pleasure; and began a book—the memoirs of Madame de la Fayette—which interested me. These separate moments of being were however embedded in many more moments of non-being. I have already forgotten what Leonard and I talked about at lunch; and at tea; although it was a good day the goodness was embedded in a kind of nondescript cotton. . . . The real novelist can somehow convey both sorts of being. I think Jane Austen can, and Trollope; perhaps Thackeray and Dickens and Tolstoy. I have never been able to do both."

Me parece a veces que los momentos de non-being ahogan a los pocos de being que aún ocurren una vez a las quinientas. Mi vida en particular está llena de los primeros y con muy poca conciencia (gracias memoria televisiva) de los segundos. Quiero pensar que la literatura, y el arte en general, quieren despertarnos de este nocivo letargo en que estamos, pero la verdad es que el sueñito es mucho más cómodo, el cabecear es menos exigente que usar la cabeza, y todos tenemos (especialmente en mi Chile querido) una tendencia a la flojera que nos lleva a un esfuerzo primario y único (por ejemplo, el vuelito para meter la cabeza en la tierra) que uno sostenido en el tiempo.

Virginia vivía cuestionando, haciendo preguntas de lo más raras a sus sobrino e invitados. ¿Qué te despertó? ¿Cómo fue? Si te despertó el sol de la mañana, cómo era. Seguramente también era inevitable, me imagino, preguntarles por el desayuno, por la servidumbre, por cómo vieron todos esos eventos. Se entiende, cada detalle nimio debe haber sido, ante sus ojos, un milagro al que tenía acceso cada vez menos frecuentemente y que solo podía revitalizar (e inmortalizar) a través de la vicariedad de la escritura.

Buscaba unir estos dos extremos descosidos, una fisura que obviamente deja intesticios y cuyos bordes se miran mutuamente.

Pienso en Virginia y siento que su genio me inunda, me ahoga, me urge hacia una vida de intensidada que no sé si lograré alcanzar algún día, pero que sin duda puedo atisbar gracias a que una mujer quiso alguna vez organizar una fiesta y tenía que salir a comprar flores.

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