Virginia y los momentos de ser (y no ser)
Me parece a veces que los momentos de non-being ahogan a los pocos de being que aún ocurren una vez a las quinientas. Mi vida en particular está llena de los primeros y con muy poca conciencia (gracias memoria televisiva) de los segundos. Quiero pensar que la literatura, y el arte en general, quieren despertarnos de este nocivo letargo en que estamos, pero la verdad es que el sueñito es mucho más cómodo, el cabecear es menos exigente que usar la cabeza, y todos tenemos (especialmente en mi Chile querido) una tendencia a la flojera que nos lleva a un esfuerzo primario y único (por ejemplo, el vuelito para meter la cabeza en la tierra) que uno sostenido en el tiempo.
Virginia vivía cuestionando, haciendo preguntas de lo más raras a sus sobrino e invitados. ¿Qué te despertó? ¿Cómo fue? Si te despertó el sol de la mañana, cómo era. Seguramente también era inevitable, me imagino, preguntarles por el desayuno, por la servidumbre, por cómo vieron todos esos eventos. Se entiende, cada detalle nimio debe haber sido, ante sus ojos, un milagro al que tenía acceso cada vez menos frecuentemente y que solo podía revitalizar (e inmortalizar) a través de la vicariedad de la escritura.
Buscaba unir estos dos extremos descosidos, una fisura que obviamente deja intesticios y cuyos bordes se miran mutuamente.
Pienso en Virginia y siento que su genio me inunda, me ahoga, me urge hacia una vida de intensidada que no sé si lograré alcanzar algún día, pero que sin duda puedo atisbar gracias a que una mujer quiso alguna vez organizar una fiesta y tenía que salir a comprar flores.
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