What's art?
Celebramos a Andrés y aquí tenemos la prueba: el regalo.
Y salimos este weekend...
Leylita, a.k.a. La Habanera.
Margaret, que aún mete la pata (lingüística), pero con gracia.
Como buenos amigos que somos, nos pusimos de acuerdo confiando el el buen sentido (que no es tan común como lo vocean las malas lenguas) que el otro tuviera y, como todo buen amigo, no contamos con las deficiencias del otro. En este caso, nadie anotó la dirección del famoso restaurant Ocho y Medio y todos (llámese Leyla y quien les habla) nos perdimos.
Llegar tarde es una impronta en mi caso, pero vagabundear con el viento congelante de el sábado pasado no conjuraba muchas risas.
Llegamos y doña Adela y Andrés ya habían llegado y conversaban entusiastamente como dos comadronas después de la telenovela. Luego, llegó la Bostoniana Margaret. La audiencia para Saraband, de Bergman estaba completa.
Entramos a la pequeña sala con unas tres filas de butacas sacadas de algún cine de los que íbamos cuando chicos ordenadas bajo un aparataje de parlastes y data y enfrentando una pantalla de unos cuantos metros. La sala, helada como pata de oso polar, estaba adornada de posters de películas famosas. La película en sí resultó una quirúrjica visión de relaciones humanas, siempre en conversaciones de dos personas, en que la tensión estaba dada más que nada por el poder ejercido sobre los personajes por sus propias emociones y sus destinatarios.
A la salida de la película, que en lo personal se volvió un poco larga, doña Adela se quejó por el cierre del restaurant/cine. El lugar es bonito, muy cool, pero tiene muy poca difusión. Por otro lado, se dedica a dar películas europeas y de calidad, lo que no llama precisamente a un público muy masivo o con medios.
Leylita, a.k.a. La Habanera.
Siempre es un gusto tener a doña Adela en la conversación. Ella le subiría el pelo hasta a una convención de reggaetón por solo estar allí con su mirada calma, que nunca es condescendiente y que siempre te enriquece. Su pasión por el cine, su comentario inteligente y humano, su preocupación por los más débiles, la convierten en alguien que ha sido mi privilegio conocer. La dura.
De ahí, la conversa, una vez que dejamos a doña Adela en su depto, continuó en la Cava de Mar, el restaurant-casa antigua. Lindo lugar, con poca gente, dos pisos en que puedes ir a un salón rojo en que la mesa central es una tina o a un bar con cómodos sillones.
A nosotros nos tocó la tina con pétalos de rosa en el fondo.
Hablamos, hablamos, hablamos. La vida, el arte, sueños, oportunidades, recuerdos, la experiencia, libros y películas. El arte requiere una elaboración y un producto para que permanezca, pero hay momentos que se fijan en la memoria y pueden generar una conversación entre la vida y el artificio. No sé si esa noche fue uno de esos momentos, pero la verdad es que quién sabe...
Margaret, que aún mete la pata (lingüística), pero con gracia.
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