La necesidad no es madre
Me pregunto si a todo el mundo le atacará tan constante y acuciantemente la angustia que trae la certeza de no ser un genio.Me ha perseguido hace años, todos los meses, los días y, sí, también, las horas. Me ha hecho apagar el celular, terminar reuniones mínimas etiquetadas de importantes antes de tiempo, me ha hecho comprar y comprar números de lotería e incluso presenciar desde la entrada de una iglesia el final de una misa. Y es que hay un algo de fe, o su ausencia, en ello.
Un profesor una vez me dijo que este siglo era maravilloso porque, estadísticamente hablando, habían la misma cantidad de genios que en toda los períodos de la historia juntos. Pensamiento optimista de un profe optimista que pudo estudiar en Oxford. En cambio, para un estudiante de la Quinta región, era un asunto que causaba vértigo,una sensasión que atribuí en su momento a la presencia de una férrea competencia por subirse a un podio imaginario. Un mareo que se repitió cuando visité al profesor años después, en su lecho de muerte y el viejo sólo atinó a decirme que no lo había saludado en la calle meses atrás cuando estaba sano... ahora, ya no quería subirme al nuevo podio ofrecido, sin saber que estaba en él hace años.
Nunca aspiré a lo superlativo porque siempre me sentí un poco en él. Todo por comentarios como "Este niño tan inteligente que es..." o "No cacho cómo te sabes todas esas cosas" o peor aún "Oiga usted que lee harto."Aspirar a lo superlativo era sentirme un poco arribista cuando yo ya era nobleza. Poco a poco, sin embargo, fui aspirando a una cierta productividad que no me hiciera sentir tan anónimo y tan masa (¿oigo risas?). Ni siquiera eso... y van años.
El problema es que pensé y me convencieron que las cosas iban a salir fáciles. Porque el talento es así. Vemos todos los días documentales de gente a la que les pasa cosas y dejan de ser (perdón por lo ´poco esforzado del ejemplo) Neftalí o Lucila para convertirse en Pablo y Gabriela.
Lo peor es que este esperar, esta esperanza, también se traspasó a otras esferas de mi vida y viví como Dantes, esperando en mi celda a que el Abbe Faria apareciera con la educación o herramientas para hacer de mí un gran... algo. Alguien. Y así, en pocos años, tendría bajo el brazo una novela o decenas de cuentos ya publicados y el mundo sabría de todos estos universos que pueblan mi cabeza. Ya no estaría solo. Al menos, tendría agente.
He conocido gente que roza el genio. Y no me parezco a ellos. Y tal vez ese es un comienzo, el dejar de querer ser algo, y ser yo mismo.
Tema otro blog: ¿Me gusta ser yo mismo tanto como antes?
Un profesor una vez me dijo que este siglo era maravilloso porque, estadísticamente hablando, habían la misma cantidad de genios que en toda los períodos de la historia juntos. Pensamiento optimista de un profe optimista que pudo estudiar en Oxford. En cambio, para un estudiante de la Quinta región, era un asunto que causaba vértigo,una sensasión que atribuí en su momento a la presencia de una férrea competencia por subirse a un podio imaginario. Un mareo que se repitió cuando visité al profesor años después, en su lecho de muerte y el viejo sólo atinó a decirme que no lo había saludado en la calle meses atrás cuando estaba sano... ahora, ya no quería subirme al nuevo podio ofrecido, sin saber que estaba en él hace años.
Nunca aspiré a lo superlativo porque siempre me sentí un poco en él. Todo por comentarios como "Este niño tan inteligente que es..." o "No cacho cómo te sabes todas esas cosas" o peor aún "Oiga usted que lee harto."Aspirar a lo superlativo era sentirme un poco arribista cuando yo ya era nobleza. Poco a poco, sin embargo, fui aspirando a una cierta productividad que no me hiciera sentir tan anónimo y tan masa (¿oigo risas?). Ni siquiera eso... y van años.
El problema es que pensé y me convencieron que las cosas iban a salir fáciles. Porque el talento es así. Vemos todos los días documentales de gente a la que les pasa cosas y dejan de ser (perdón por lo ´poco esforzado del ejemplo) Neftalí o Lucila para convertirse en Pablo y Gabriela.
Lo peor es que este esperar, esta esperanza, también se traspasó a otras esferas de mi vida y viví como Dantes, esperando en mi celda a que el Abbe Faria apareciera con la educación o herramientas para hacer de mí un gran... algo. Alguien. Y así, en pocos años, tendría bajo el brazo una novela o decenas de cuentos ya publicados y el mundo sabría de todos estos universos que pueblan mi cabeza. Ya no estaría solo. Al menos, tendría agente.
He conocido gente que roza el genio. Y no me parezco a ellos. Y tal vez ese es un comienzo, el dejar de querer ser algo, y ser yo mismo.
Tema otro blog: ¿Me gusta ser yo mismo tanto como antes?
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